viernes

El karateca me cuenta que su amor por las artes marciales se fue construyendo con el tiempo. No me lo dice con esas palabras, usa terminos mas directos, me dice: yo le he ido teniendo amor al karate de a poquito.
Y en el fondo puedo intuir cómo. Los padres del karateca ven que su pequeño hijo tiene un cuerpo alto y delgado. Sienten que con esa contextura no va a poder defenderse en la vida. Tienen miedo que en la primaria los demás lo boludeen, lo usen como a un elemento que se arroja de mano en mano, lo manoseen, lo empujen y luego, una vez en el piso, sigan toqueteandolo, pateándolo, metiendole mano por cualquier lado. Entonces se les ocurre la gran idea de salvación: el rugby. Van en busca del rugby, que no es solo un deporte, también es un modo de forjarse hacia el éxito. El éxito corporativo. Un falso grupo de poder. Y en el rugby le dicen que si usa anteojos no va a funcionar. Como no se van a dar por vencidos, intentarán con el futbol pero parece que al karateca no le gusta patear pelotas o tiene reacciones alergicas a los bichitos del pasto, algun obstaculo de ese estilo. Aunque la esperanza de colocar al pequeño futuro karateca en el cohete de maxima velocidad que se detiene justo en la bola del exito va decayendo, de repente a la abuela Jenny se le ocurre una idea alternativa: que el nietito vaya a aprender karate. Esa disciplina tan pintoresca.

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