jueves

Ahora voy caminando por un pasillo libre que dejan las cañas de azúcar. Un rifle me baila colgado en la espalda. Yo siento que llevo una guitarra para cantar sobre un escenario alguna canción. En la mano tengo un bidón cargado. Los cuerpos están desparramados entre los surcos. Algunos están por la mitad. Los chanchos que comen la maleza están muy contentos. Veo la esperanza en los ojos de los chanchitos bebés. Pronto van a crecer y van a enterrar el hocico hasta arrancar las raíces de los cultivos. Volarán avionetas rociando veneno para ahuyentarlos y ellos se esconderán en sus cuevas y luego saldrán mas fuertes y nada de lo que haya en el mundo será bondadoso para ellos. Con los perros sueltos pasa lo mismo. Corren entre los cañaverales, agitados, muertos de sed y de felicidad porque sienten que un aire, una mano invisible, una luz suprema, algo que no pueden oler ha venido a ordenar de justicia a los campos. Los amos están tirados en el piso. A algunos les falta la cabeza, otros están desmembrados en la zona de los brazos y las piernas. Las piezas que les faltan a los cuerpos fueron a parar a un festín organizado por los chanchos y los perros y algunas aves perdidas que revoloteaban de paso y decidieron quedarse unas noches a pasarla bien.
Yo sé que el resto que sobrevivió está esperándome. Sé que están escondidos en la zona. Ellos conocen el territorio mejor que yo. Lo estudiaron antes. Yo no quise. Por eso camino camino con mi rifle y mi bidón y una linterna prendida agarrada a la cintura. Tal vez están usando largavistas. Teleobjetivos. Y tal vez yo no pueda verlos porque ellos están a una distancia que no me permitiría descubrirlos si no uso algún aparato con zoom. Decía que camino sabiendo que pueden dispararme a la espalda. Porque si los tipos usan aparatos para visualizar con mayor alcance el campo de acción ¿qué les impediría usar armas con munición de mayor alcance y miras automáticas? Si me dan, me dan. Esa es la conclusión con la que camino con mi rifle al hombro. A veces piso un bulto blandusco y lo miro. Son partes que antes eran cuerpo humano. Algún tejido descompuesto. Resbaloso como la textura de la gelatina. Mezclado con hormigas negras gigantes y una comunidad de insectos que nunca antes había visto. Otras veces decido ni mirar qué es lo que voy pisando. No quiero dudar entonces sigo caminando en una única dirección. Pienso que los tipos que me están espiando pueden disparar cuando se les de la gana.

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