jueves

una vez conocí a raphael

cuando era chica tenía problemas en los oídos, me dolían muy seguido, muy profundamente. la primera vez fue con la presurización del avión en que viajábamos a villa gesell para que la niñita conozca el mar. tenía muchos más rulos que ahora que existen las planchitas. un punzón metálico infalibe en mis orejas, succionaba mis timpanos -inolvidable dolor-. la azafata me traía caramelos y mi mamá me masajeaba la cabeza. la visión del mundo se vuelve oval y somnolienta, la crudeza de las puntadas en lo hondo no permitían más que fruncir todo el cuerpo para que no estalle la sangre contra las ventanillas. me tapé lo más que pude con mis manos. apreté -esos ademanes involuntarios para esconder el dolor- con mis palmas en ventosas sobre mis orejas, esos movimientos absurdos, al presionar, el dolor se hacía más agudo. antes, esperando nuestro vuelo, nos sentamos en el viejo bar del aeropuerto benjamin matienzo (almohadones de cuerina de los 80, mucho cantero de marmol) desolado enero, un día donde los contingentes populares no viajaban, además la inflación no permitía el lujo de un pasaje de avión. para mi mamá, una arquitecta de 31 años recién separada,  también era un lujo, pero -según ella- yo no iba a aguantarme 24 horas de viaje en tierra, por el baño y esas cosas -también en palabras de ella-. entonces la mejor idea de la señora esta fue sacar dos pasajes que deben haber costado 4 o 5 millones de australes cada uno y tratar de fugarnos del ya conocido tucumán en llamas. vuelvo al bar. saqué todos los almohadones de cuerina de los asientos de la espera del aeropuerto y con ellos construí una casa, después los convertí en una gran cama y me acosté un rato, más luego me agarró la ansiedad caracteristica y fui a increpar a mi mamá para que nos vayamos y ya mismo, o sea, ahora y punto. sólo dos mesas estaban ocupadas en el bar, la de la señora madre de la pequeña ruluda cascarrabias y la de raphael y su representante. raphael se detuvo a oír mis quejas malhumoradas mientras sacaba servilletas con el logo de aerolineas y me las metía en el bolsillo para algún día que las necesite más. mi mamá se acercó y me dijo al oído, ese es raphael y yo, muy nerviosa y llena de adrenalina por lo que sabía que me esperaba - ya me había dedicado a oír las turbinas de los aterrizajes de otros aviones, había corrido hasta la terraza a ver qué era ese monstruo que me iba a llevar vaya a saber dónde; sentí el mismo miedo que sentía cuando rendía parciales orales en la facultad- di vuelta la cabeza y miré a un tipo muy feo con pelo tupido y anteojos oscuros que se reía con todos los dientes y dije: no sé quién es rafael, no, no sé quién es mamá, basta me quiero ir, estoy aburrida ya, no tengo qué hacer. raphael quiso tocarme los rulos mientras mi mamá pretendía que le pida un autografo con las servilletas que me había robado de la mesa. le saqué la cabeza de las manos. mi mamá se disculpó con él y su representante, y en ofrenda a ello, me retó diciéndome atrevida. luego agarré un pañal de tela blanco, con el que nos ataban la cola en aquella epoca, que yo guardaba limpio y esplendoroso y al cual le daba un uso alternativo que era el siguiente: sin ese pañal yo no podía conciliar el sueño. hay que tener en cuenta que estoy hablando de una ultra neurótica de 3 años de edad.por lo que me lo ponía en la cara y la sensación de suavidad me calmaba. munida del pañal, cruzamos la pista con la señora recién separada y subimos las escaleras del aerolineas argentinas. luego tuve deseos profundos de bajarme, luego mi mamá dijo: no podés bajarte ahora van a echar un aire para que podamos respirar en el cielo y cuando vi que cerraron la puerta, sentí una sensación de desesperación muy parecida a las ganas de hacer pis. después el oído. cuando la máquina empezó a flotar por el aire, me mostró los cuadrados perfectos de los cañaverales, me habló de mi papá un largo rato, vaya a saber qué habrá sentido.

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